Las madres by Carmen Mola

Las madres by Carmen Mola

autor:Carmen Mola [Mola, Carmen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2022-09-27T00:00:00+00:00


* * *

Tardan cerca de cuarenta minutos en llegar a las inmediaciones de la laguna. La lluvia, como siempre, embotella el tráfico de la ciudad. Poco después de salir de la carretera de Valencia, el Gregor los está esperando junto a una valla que impide el paso de vehículos y les da acceso.

—Cristo está en la orilla, donde las casetas de los pájaros.

En el borde de la laguna hay varias casetas de madera con miradores desde los que se puede observar el anidamiento de gran variedad de aves. Ya ha caído la noche e, iluminándose con una linterna y embutido en un chubasquero, Cristo se acerca al coche en el que vienen Fabián y Reyes.

—Es una putada: Dely. Tenemos que deshacernos del cuerpo.

Reyes no pregunta, sabe que no debe, que las preguntas no son bienvenidas. Además, bastante tiene con disimular el impacto de lo que está viendo en la orilla. Junto al agua hay un fardo, como un capullo enorme, sucio del barro que la lluvia ha levantado en los alrededores de la laguna.

—Habrá sido una sobredosis —aventura Cristo—. Dicen que no salió de la narconave de Marconi desde que puso el pie en la calle.

El pesar un tanto resignado del jefe no se corresponde con el vértigo que siente Reyes en su estómago. La mujer que acusa a Fabián de matar al periodista, la testigo de la que querían tirar Orduño y ella hace tan solo unas horas, ocupa una tela de saco oscurecida por una sombra roja, quizá sangre. Sin embargo, no tiene tiempo de comprobar si el cuerpo de Dely tiene alguna herida. Apenas logra ver su cara sin vida, sus grandes ojos abiertos al cielo que derrama la lluvia con estruendo sobre la superficie de la laguna. Fabián cierra el fardo y pide con un gesto a Reyes que lo ayude a trasladarlo hasta el coche.

—Enterradlo donde el colombiano —les ordena Cristo.

Mientras arrastran su cuerpo hasta el maletero, Reyes se pregunta si el colombiano no será William Cabello, el supuesto prófugo de la justicia. La silueta negra de Cristo se aleja bajo la lluvia. Los faros de un vehículo que viene a recogerlo brillan en la oscuridad. No se atreve a hablar con Fabián hasta que están en el coche, empapados, conduciendo por un camino cercano a la laguna.

—¿Cómo ha terminado esa mujer aquí? Cristo dijo que estaba en Villaverde… Ningún yonqui viene a meterse aquí.

—Estás haciendo demasiadas preguntas, Reyes.

—¿Demasiadas? Llevamos un cadáver en el maletero: ¿no te das cuenta de que estamos cruzando todas las líneas rojas?

—Es mejor que desaparezca su cuerpo. No tiene familia en España; nadie la va a echar de menos.

—¿Y por qué es mejor?

—Por el bien del barrio —contesta él, rápido—. Cristo no quiere que haya líos y… esto es lo que aceptaste al entrar en la Sección. Nos cuidamos los unos a los otros.

—¿No ves venir el desastre? Nos van a meter en la cárcel.

Reyes respira con agitación. Está nerviosa, su mente llena de presagios, su brújula moral descabalada. Con una mano aprieta con fuerza la otra, como para detener el temblor que ha tomado cuenta de ella.



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